La relación que tenemos con nuestro cuerpo es producto de nuestras experiencias y la forma en que las hemos vivido. El cuerpo, más allá de su dimensión orgánica, es también un cuerpo psíquico, pues queda tocado por las marcas biográficas, por nuestra historia, por las palabras que nos dirigen, por la forma en que se nos mira, por los valores de la cultura…
Sentir que se tiene un cuerpo es algo que no viene dado sino que se construye, y además que va cambiando a lo largo de la vida. De hecho el cuerpo es algo a lo que uno nunca se acomoda del todo, más bien tenemos que ir haciéndonos a sus alteraciones, como a una imagen que nunca satisface del todo y que va transformándose con la edad, a desórdenes y desregulaciones que molestan, a sensaciones que no podemos controlar… En este sentido, cuerpo y psique se hallan en una relación muy estrecha.
Comprobamos en la experiencia cotidiana que nuestro cuerpo reacciona y se ve afectado de múltiples maneras sin necesidad de ser físicamente tocado: una mirada puede hacernos sentir un escalofrío, unas palabras pueden sonrojarnos, o hacernos llorar… El cuerpo reacciona ante las vivencias y además guarda memoria, portando marcas de nuestra historia. Ocurre que en ocasiones el cuerpo se manifiesta, responde de manera desconcertante ante situaciones que no sabemos porqué. Por ejemplo, podemos sorprendernos riendo o llorando en momentos que pensamos que no corresponden. También puede desconcertar cuando el cuerpo no reacciona de ninguna forma, siendo esperable algún tipo de reacción. Por ejemplo, la ausencia de reacción ante la pérdida de un ser querido. Todas estas manifestaciones son indicadores de que algo nos está ocurriendo aunque no sabemos de qué se trata, y es importante localizar y entender lo que nos sucede para prevenir mayores malestares.
La forma en que cuerpo y psique se relacionan es muy compleja, habría distintas dimensiones. Algunas de las formas en que podemos entender esta relación son las siguientes:
1. Somatizaciones
O como se suele decir comúnmente, efectos del “estrés” o la “ansiedad”. Solemos escuchar frases como “no tengo tiempo, estoy estresado”, “tengo un trabajo estresante”, o “tal situación me genera mucha ansiedad”, etc… Pero, ¿qué hay detrás de esta palabra para cada uno? ¿Qué nos lleva a vivir bajo esas coordenadas, qué nos afecta tanto de la situación? El fenómeno de la somatización podemos entenderlo como molestias en el cuerpo que expresan una angustia persistente. Se tiende a pensar que se trata sólo de factores externos, sin embargo tras los acontecimientos existen cuestiones que son difíciles de pensar y elaborar, experiencias que no hemos subjetivado. Algunas señales importantes pueden ser la caída del cabello, dificultad para conciliar el sueño o despertares nocturnos, aumento de la frecuencia cardíaca, sensación continuada de agotamiento, vértigos… son señales que nuestro cuerpo nos envía y que hemos de atender, para identificar qué es aquello que nos está afectando. Puede ser también que sepamos qué nos está afectando pero no seamos capaces de cambiarlo o cambiar nuestra manera de hacer con ello.
2. Síntomas en el cuerpo
El cuerpo también puede estar comprometido a través de síntomas estructurados, que son la manifestación de un conflicto psíquico subyacente. Es decir, que un síntoma, y un síntoma donde el cuerpo queda implicado, surge como resultado de un proceso que tiene como base un conflicto inconsciente para el sujeto.
Hay muchos tipos de síntomas, algunos estrechamente ligados al cuerpo como pueden ser los trastornos de la alimentación, trastornos en el campo de la sexualidad como la impotencia, o las inhibiciones funcionales del órgano como la pérdida de visión, afonías, parálisis de miembros… que no tienen una causa orgánica. Su origen es psíquico, remiten a un conflicto psíquico. Por tanto, habrá que ir despejando de qué manera uno está fijado en ese conflicto para que el síntoma caiga. Se trata de ir descubriendo, poniendo palabras a ciertas experiencias para llegar a estas coordenadas. Los síntomas remiten cuando se tocan los elementos implicados en este conflicto del que a priori la persona no tiene idea de cómo se encuentra implicada.
3. Fenómenos psicosomáticos
En los síntomas psicosomáticos también podemos encontrar una causa psíquica, en el sentido de la existencia de una marca en el cuerpo que tiene que ver con la historia, una marca que se imprime en el cuerpo, pero esta queda por fuera de toda simbolización. Por lo tanto, en este caso se trata de un fenómeno que tiene como base una causa psíquica pero sin embargo no es la manifestación de un conflicto psíquico que pueda elaborarse para que remita, como ocurre en el síntoma. La vía de la elaboración simbólica, de la puesta en palabras para localizar las coordenadas de su construcción, encuentra su límite en este tipo de patologías al menos en un primer tiempo del tratamiento, y se trata de encontrar otros caminos para aliviar el padecer en el cuerpo. Algunos ejemplos de fenómenos psicosomáticos podrían ser el síndrome de colon irritable, psoriasis, migrañas, algunas enfermedades autoinmunes…
Es fundamental destacar que el fenómeno corporal en sí no define ni su causa ni su origen, tampoco la relación que ese fenómeno tiene en la subjetividad, y que habrá que explorar en cada caso las particularidades en que el cuerpo afecta a cada uno. También es relevante tener en cuenta de qué manera está implicado en cada uno el malestar del cuerpo o el fenómeno corporal, porque el tratamiento tendrá en cada caso un enfoque distinto.
Es importante entonces considerar las señales que nos manda nuestro cuerpo ya que son indicadores de que estamos viviendo una situación de malestar a la que tenemos que atender. Ya sea en una u otra dimensión de afectación de nuestro cuerpo, acudir a un profesional es lo más indicado para encontrar una manera de vivir con menos padeceres, que nos permita disfrutar de la vida de una manera más saludable.