La crianza de los hijos es un viaje lleno de alegrías y desafíos. Verlos crecer y convertirse en individuos independientes es emocionante pero conlleva un proceso continuo de duelo silencioso. A medida que los hijos alcanzan nuevas etapas y logran autonomía, los padres pueden sentir una mezcla de orgullo y nostalgia al darse cuenta de que ya no los necesitan de la misma manera.
Uno de los momentos más difíciles es, sin duda, cuando reconocen que sus hijos están desarrollando sus propias vidas, tomando decisiones por sí mismos y buscando esa independencia que tanto se fomenta pero que se convierte en un recordatorio agrio de que la infancia está quedando atrás. Los padres pueden experimentar una sensación de vacío o un cambio en su identidad al no ser tan necesarios como lo fueron para las tareas diarias o las decisiones importantes.
El duelo por el cambio en la relación con los hijos es una experiencia tan común como única en cada familia. Aceptar y reconocer estos sentimientos es fundamental para transitar esta etapa de la vida. A menudo, recordar la propia experiencia infantil ayuda a elaborar el duelo actual y adaptarse a la nueva fase de la vida familiar.
Cuando se intenta detener el progreso
La parte patológica nos la solemos encontrar cuando algunos padres (por sus idiosincrasias) no son capaces de permitir esa transición impidiendo -para no sufrir ellos la herida narcisista que conlleva- que los hijos se hagan mayores, dejando de ser fundamentales en sus vidas. Eso, posiblemente, pondrá en riesgo la calidad de las relaciones paterno-filiales en la adultez de estos últimos, produciendo unos equilibrios nocivos en los vínculos. En toda pérdida hay una ganancia y saber dejar atrás la infancia de los hijos (es decir, dejar de tratarlos como tal) favorecerá las relaciones ulteriores.
Y después que crecen los hijos ¿qué?
Con el tiempo, esas primeras trazas de independencia que vimos en la infancia darán lugar a vidas emancipadas y vendrá el llamado popularmente como síndrome del nido vacío que -lejos de tratarse de un síndrome clínico como tal- metaforiza muy bien esa experiencia.
Lo que nos encontramos muchas veces en la clínica con adultos son historias que apuntan a que, cuando los dos miembros de la pareja se convirtieron en padres, desaparecieron como pareja. Y quizá veinte años después de eso -cuando el rol de padres pierde esa gran importancia que tuvo- se encuentran dos personas conviviendo que hace años “dejaron” de ser pareja.
En SENS ayudamos a padres y madres que están en momentos de crianza para pensar sobre los modos de vinculación con sus hijos y el grado de retirada progresiva necesaria para dejar espacio para que emerja la subjetividad de ellos. Del mismo modo, consideramos de vital importancia no dejar de lado la supervivencia de la pareja y de la individualidad de cada uno de sus miembros dentro del marco de la paternidad.