efectos de la era digital

Estamos en una era de mantenemos interconectados con personas de casi cualquier rincón del mundo en tiempo real. El espacio digital prácticamente borra los muros de concreto, las distancias geográficas, los husos horarios distintos entre países y las ocupaciones de cada persona. Esto ofrece grandes posibilidades, como estar en contacto con amigos o familiares, el home office, la figura del freelancer, emprendimientos online, consultas médicas o psicológicas por videollamada, acceder a información (noticias, investigaciones académicas, etc.), así como propuestas creativas y de entretenimiento de amplísima variedad.

Pero estar conectados en virtualidad no es garantía de hacer lazos saludables y consistentes con otros. En realidad, tampoco lo es la presencialidad, pero lo digital se apoya en artificios y modos de uso que han venido modificando el modo de relacionarse. Por dar algunos ejemplos:

  • Se puede “ser amigo” con sólo un click, aprobar con un corazón lo que gusta y descartar o escrolear lo que no.
  • Se han acelerado los tiempos. La información que se reproduce segundo a segundo superando la capacidad de atención humana. Fácilmente despierta la sensación de estar “perdiéndose algo” si no se revisa el teléfono.
  • Hay exposición masiva a supuestos ideales: de estilo de vida, ideología, gustos, apariencia, trabajo, etc.
  • Lo íntimo, aquello opaco y profundo de cada uno, se exhibe tanto como se quiera, con ampla gama de filtros y herramientas de edición; cosa que en encuentros presenciales es mucho más difícil de hacer.
  • El interés de alguien puede medirse por la interacción que tenga con la cuenta y sus publicaciones: likes, reposteos, comentarios, etc.
  • Ya no se es un espectador como con el cine, el teatro o la radio. Se es espectador y también parte del espectáculo, incluso si no se comparte ninguna foto, texto o video. La actividad misma de mirar las redes arroja datos a los algoritmos.

El miedo al rechazo consiste en la creencia de ser juzgado y, por lo tanto, excluido. Si bien es algo que cualquiera habrá experimentado alguna vez, puede convertirse en una idea persistente con efectos en el modo de verse a sí mismo respecto de los demás.

Ejemplo de cómo esto se manifiesta sería estar muy alerta a detectar señales posibles de rechazo, constante sensación de inseguridad y vulnerabilidad, preocupación por hallar la aprobación de otros e inhibiciones (evitar el contacto, aislarse, etc.).

En cada uno puede presentarse de distintas maneras y estar asociado a distintos motivos, pero en lo que a las redes sociales concierne, lo más común es que contribuyan a incrementar el malestar y dar material para efectivamente “comprobar” que el otro lo rechaza: Si no reaccionó a su foto, si recibió comentarios negativos, si se compara con esa “vida ideal” aparente del influencer o de algún conocido o, en el peor de los casos, si se enfrenta a situaciones de acoso.

Pero si afirmamos que esto es así para todos, se está dejando de lado de que hay para quienes las redes han sido también un medio para hacer un lazo con otros, cuando para lo presencial hay menos recursos en un momento dado. Hay quienes dieron el primer paso de conocer a alguien que les interesaba por estos medios e hicieron puente para el encuentro en persona.

No hay que olvidar que las redes sociales, por aceleradas y masivas que funcionen, no dejan de ser un recurso y su impacto dependerá del uso y la significancia que tenga para cada uno.

Si bien las redes sociales forman parte de la cotidianidad en el mundo entero e intervienen en cómo nos relacionamos, es importante conservar algo de lo auténtico: de esas conversaciones en persona que no pueden editarse, realizar actividades que despierten otro interés y permitan dirigir la atención a otros estímulos más amigables al ritmo humano.

Es importante preguntarse cuándo las redes sociales pueden estar ocupando un lugar que pase el límite de lo saludable en la vida de cada uno. Si de algún modo comienzan a volverse un obstáculo para sentir satisfacciones más duraderas, responder a las responsabilidades y ocupaciones, y, especialmente, entorpece el vínculo con otros.

En caso de notar algún cambio negativo correspondería tratar de hallar otros espacios: deportes, tradiciones, o continuar oficios, paseos, contacto con animales, etc. Acudir a consulta con un psicólogo puede ser también una alternativa.

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