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Desde la psicología se habla del amor como un encuentro con un otro que completa y ofrece aquello que falta en uno mismo. En un inicio, crece la ilusión ya que la persona amada parece perfecta, sin defectos. Esta idealización es un mecanismo psicológico que nos permite enamorarnos y construir un vínculo fuerte. Según avanza la relación surge la realidad de cada uno, en la que el otro ya no completa totalmente lo que falta. Esta insatisfacción entendida y aceptada ayuda a que surja una pareja fuerte.

 Se podrían considerar dos fases diferenciadas en la relación de pareja: 

 

Perfección e idealización 

Al principio de la relación todo se siente perfecto. Durante un tiempo se sostiene esta ilusión en la que el otro representa aquello que satisface los propios deseos y necesidades. En definitiva, el otro se convierte en todo. Parece que la vida ha estado incompleta antes de ese mágico encuentro. Esta idealización permite que la relación avance y que uno se exponga a los miedos e incertidumbres que surgen al inicio. Sin embargo, con el tiempo, la idealización se desvanece y podemos ver al otro con mayor realismo.

La sensación de perfección es una ilusión que no se puede sostener eternamente, ya que siempre queda una parte del deseo insatisfecha. Es decir, amando al otro se elige un ideal que nunca se podrá tener. Es un proceso similar al que ocurre en la infancia. De niño uno idealiza a sus padres, son perfectos y lo satisfacen todo. Más adelante, en la adolescencia, se ve su parte más real e “imperfecta”. En la pareja lo que hace el sujeto es sustituir el objeto idealizado de la infancia por el nuevo objeto: por eso cuando se ama, la persona, inicialmente, parece no tener defectos. Como toda la energía está en el otro, el sujeto invierte poco en sí mismo.  

Es decir, en la primera fase de enamoramiento uno se hace humilde. Renuncia a una parte de su narcisismo, del valor que pone en sí mismo, y deja lugar al otro. En la idealización esta renuncia es excesiva, por lo que con el tiempo es importante encontrar el equilibrio entre valorar al otro, sin dejar de valorarse a uno mismo. De este modo, el amor implica una apertura hacia el otro y una disposición a ceder y compartir.

 

Realidad e integración 

Tras caer el velo de la idealización se empieza a ver la verdadera identidad de la otra persona. Se ven mejor aquellos matices que se han pasado por alto antes. En este encuentro con la realidad del otro comienza un duelo por esa persona idealizada del inicio de la relación. Cómo se digiere este duelo determina si podrá abandonarse ese ideal en pro de una relación más real e integrada. Esa ilusión del principio pasa a ser un encuentro entre dos realidades diferentes que hay que integrar para que la relación pueda seguir adelante. Es decir, se integran los gustos del otro, su familia, sus amigos, su trabajo, su manera de ser, etc.  y se acepta la satisfacción parcial que ofrece la relación. En ese proceso de integración uno ve no solo lo que aporta el otro sino también aquello que le falta. Ver al otro como imperfecto genera frustración porque obliga a desprenderse de esa sensación de perfección y completud que había en un inicio. Pero es gracias a ese abandono de la idealización que se puede funcionar en la realidad y que se puede construir una identidad de pareja integrada y fuerte. 

En la fase de idealización uno puede sentir una dependencia excesiva hacia el otro, ya que se ve como perfecto. Con el paso del tiempo, se ve la realidad del otro, lo que ayuda a que la vulnerabilidad que uno siente en la realización sea más tolerable. Es decir, amar nos hace vulnerables. Sentimos miedo e inseguridad por la posibilidad de perder el vínculo con la persona amada. Esta vulnerabilidad es inherente al amor y nos expone a la posibilidad de sufrir, pero también nos permite experimentar una profunda conexión y satisfacción. Para encontrar el equilibrio entre esa conexión y el miedo a perderla en importante poder integrar y aceptar la realidad de la relación, y así ver al otro como un igual. 

La terapia de pareja ayuda a favorecer ese paso adelante en la relación. Es en esta fase de integración donde se pone en juego el futuro de la pareja. Es gracias a ser conscientes de la parte real del otro que se puede establecer una dinámica que permita escucharlo, entenderlo y no exigir la perfección y satisfacción de todos los deseos.

 

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