Tu, tu familia, han decidido levar anclas y partir a rumbos desconocidos. Pocas metáforas son tan poderosas para explicar la partida como las que aluden a la navegación. En parte por la inmensidad de mar que esconde tantos misterios, también por la aventura y la gallardía que supone “echarse a la mar”, por los obstáculos que se pueden presentar. Pero también por aquello de explorar parajes desconocidos que representan nuevos puertos, que nos ofrecerán un mundo mejor.
A buscar un puerto de esperanza nos hemos embarcado ya varios, millones de personas. En algunos casos movidos por la necesidad de encontrar nuevos retos y metas, pero en su mayoría tratando de satisfacer necesidades básicas como: comida, medicinas, seguridad. A ese punto, la migración supone más un escape, una fuga, un intento de sobrevivencia, más que la búsqueda existencial de un mundo mejor. En ambos casos el curso del proceso emocional que se despliega ante la separación suele ser, más o menos similar. Sin embargo, lo que suele variar es el modo y la intensidad con la que se suelen afrontar las dificultades emocionales que se encuentran.
El significado que le conferimos a nuestro viaje determina, en gran medida, el modo en que afrontaremos el sin número de retos que encontraremos en el camino. Si bien toda migración supone (de alguna manera) un desarraigo, cuando decides irte “escapando” de algo, es inevitable que lo primero que sientas al llegar a su destino es alivio. Las personas escapan no solo de una situación social de peligro, también se puede escapar de una situación familiar, laboral o emocional que genera malestar.
Sin embargo, escapar conlleva consigo una serie de consecuencias que van más allá del alivio. Y, más allá de la sensación física, que genera el cuerpo (a nivel neurológico) como respuesta a escapar de una amenaza, a nivel emocional la sensación de seguridad permite sentir que se puede estar en reposo. Como todo proceso, ocurren etapas y al llegar el migrante siente una especie de “enamoramiento” Como es de esperarse, al llegar la persona necesita conectarse con lo novedoso por lo que comienza solo a identificar los aspectos positivos de su nuevo “hogar”
Pero como todo enamoramiento, la realidad siempre termina siendo más fuerte que la “ilusión” y, más temprano que tarde comenzaremos a darnos cuenta que no todo es “color rosa” y que en todas partes hay aspectos que no nos gustan. Por lo general suele generar miedo y confusión las diferencias en el modo de decir las cosas (aunque sea el mismo idioma), así como las maneras para abordar determinadas situaciones. Venimos con un lenguaje cultural que nos sirve como referencia para comprender la nueva realidad, sin embargo, estos “lentes” cambian totalmente de fórmula cuando nos mudamos a otra cultura. Eso choca, duele y nos hace extrañar lo ya conocido. De ahí la necesidad de estar atentos a nuestras reacciones, al modo en que nos aproximamos al nuevo lugar. ¿Qué sentimos? ¿Miedo?, ¿rabia?, ¿frustración?, ¿tristeza? Sentir esto es esperado, es más es necesario. En la medida en que pongamos palabras a lo que sentimos estaremos menos interferidos por las emociones.
Pero además de poner nombre a los sentimientos: ¿Qué más podemos hacer? Por aquí te dejo algunas ideas.
- Mantente abierto a comprender la nueva realidad. No es mejor, ni peor: Es diferente. Es el momento de escuchar, de preguntar, de ser espectador. En la medida en que logres descifrar los nuevos códigos, te sentirás con mayor libertad de formar parte del nuevo lugar
- Acepta la ayuda que te puedan ofrecer. Trata de conectarte con personas que ya formen parte del nuevo contexto: Vecinos, profesores, colegas. Esto te permitirá construir redes de apoyo que te darán soporte (a ti y a tu familia)
- Trata de mantener vínculos (así sea virtuales) con tu familia o con tu núcleo de apoyo de tu país de origen. Esto te permitirá mantener tus raíces.
- Y no menos importante, en casa conserven las tradiciones y rituales que solían practicar. Esto permite dar continuidad entre el antes y el después y permite que las nuevas costumbres se inserten dentro de bases sólidas que han construido como familia. Si, en tu caso, migraste solo, trata de construir una red de apoyo que te permita incorporar tus nuevas costumbres.
Es tan solo el comienzo de un largo viaje, donde el apoyo, la tenacidad y la apertura a nuevas experiencias serán ingredientes fundamentales para seguir caminando. Cada día será una victoria para ustedes, si se lo plantean de ese modo es posible que se atrevan a enfrentar el siguiente con ánimo y valor. Pero si sientes que el malestar aumenta o se prolonga, no dudes en buscar ayuda y contactar a un psicólogo para inmigrantes.
Los psicólogos de SENS estamos en Madrid y podemos atenderte en modalidad presencial u online, para acompañarte a llevar este proceso de adaptación al nuevo lugar.