“Para iluminar el coraje y resiliencia de familias forzadas a huir de la guerra y persecución” –Filipo Grandi. Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados.
De acuerdo con la Convención (1951) y el Protocolo (1967) en relación a la definición y status de los refugiados, se entiende por refugiado una persona que:
“Debido a un temor fundado de persecución por razones de raza, religión, nacionalidad, o pertenencia a un determinado grupo social u opinión política, se encuentra fuera del país de su nacionalidad y no puede o, debido a ese temor, no quiere acogerse a la protección de ese país, o quién, no teniendo nacionalidad y encontrándose fuera del país de su residencia habitual como resultado de los eventos mencionados, no puede o, debido a ese temor, no quiere retornar a él”.
En términos psicológicos, las implicaciones asociadas con la situación de persecución, huida, solicitud de refugio y adaptación a un nuevo país, son complejas por decir lo menos, y generalmente involucran un alto riesgo para el bienestar mental, emocional y social.
La idea no sería enumerar una larga lista de síntomas como si los mismos se presentarán casualmente en un cuadro sin origen en el contexto del que provienen: al decir depresión por ejemplo, hacemos alusión a la pérdida, pérdida constituida de tangibles (seres queridos, la casa que constituye la residencia familiar, pertenencias varias, ahorros en moneda y en metálico, etc.) e intangibles (el amor y significado de una persona querida en nuestras vidas, la sensación de hogar que produce una residencia en una ciudad particular, el status quo, la seguridad bancaria, la sensación de pertenencia, etc.)
En realidad, hablar de tangibles e intangibles es una forma de simplificar. Lo cierto es que tanto lo primero como lo segundo tiene un origen emocional que es lo que nos permite atribuirle un significado afectivo. Los “tangibles” nos resultan importantes porque tienen anclaje en nuestro sentir, tanto como los intangibles. Es decir que por ejemplo la pérdida de “una casa” duele cuando es la pérdida de “nuestra casa” (por la que trabajamos, por la que ahorramos, a la que le dedicamos tiempo, en las que estaban puestas nuestras expectativas y por tanto, nuestras emociones).
La situación de refugio cambia las reglas básicas de “vivir la vida” para una persona, cuestiona temas relacionados con la identidad y como una persona se entiende a sí misma; colocando en entredicho la propia bondad del ser y de los otros: una madre que debe escoger entre huir con sus hijos y afrontar a los soldados que retienen a su marido, puede sentirse juzgada por otros y por sí misma. Sin embargo, su propio juicio estará mediado por el dolor y la rabia de la pérdida, y al ser dirigido hacia sí misma resultará más severo que ningún otro, produciendo sentimientos de profunda soledad.
En este sentido, al hablar de “síndromes psicológicos” no estaríamos refiriéndonos a condiciones inherentes al individuo o a “características de su persona” solamente. El contexto y la cultura ejercen un efecto muy importante. En el caso de refugiados y migrantes comportamientos, actitudes o “rasgos de personalidad” que pueden resultar desadaptativos en un tipo de sociedad, como actitudes paranoides o insensibilidad ante acontecimientos afectivos pueden ser indispensables para la sobrevivencia en condiciones de guerra, amenaza a la propia vida y a la identidad, dificultades económicas y pobreza extrema etc.
Tanto refugiados como migrantes comparten una cuota de dolor por la pérdida que suele manifestarse de diferentes formas de acuerdo a la persona y lo que permita su cultura. Frecuentemente los migrantes se ven empujados a trasladarse debido a la vivencia de una serie de pérdidas (de índole económica, social, etc.) en su país de origen. Por lo general los refugiados se ven forzados a desplazarse debido a una situación que pone en riesgo su vida, y posteriormente se enfrentan a los duelos que resultan de este traslado inesperado y abrupto. Desde un punto de vista psicológico, el dolor de la pérdida profundamente íntimo y personal, ya que supone una ausencia imposible de auditar, encuentra alivio en los espacios disponibles en sociedad para re-significar esa pérdida como una parte nueva de la identidad a través del establecimiento de nuevas relaciones o del fortalecimiento de antiguas relaciones.
Al momento de este artículo, y de acuerdo con el país, España sólo había cubierto el 0,1% de la cuota de refugiados que se comprometió a recibir (18 personas de 16.000), de un aproximado de 4.8 millones de refugiados en los países que circundan a Siria.
La condición de refugiado es además auspiciada por lo que se conoce como el principio de “no retorno” –non-refoulement-, mediante el cual una vez que una persona ha solicitado asilo, no debería ser retornada a su país de origen y/o persecución ya que en este su vida corre peligro. Recientemente la Unión Europea se ha decantado por iniciar una práctica de deportaciones desde Grecia (Lesbos y Quíos) a Turquía, con el objetivo de reconsiderar el otorgamiento de la condición de refugiado desde dicho país, situación que va en contra del mencionado principio.
El día 20 de Junio de cada año se considera mundialmente el día del refugiado. De acuerdo con Filipo Grandi, Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados, en la actualidad la complejidad y magnitud del desplazamiento forzado ha alcanzado un nivel sin precedentes en la historia: 60 millones de personas han tenido que trasladarse bajo condiciones de persecución o conflicto armado. Sin embargo, de acuerdo con él las razones para tener esperanza se encuentran en comunidades anfitrionas e individuos que no ven a los refugiados como competidores para sus trabajos, terroristas o mendigos, sino como individuos cuyas vidas han sido fragmentadas por la guerra.
En este sentido, podríamos pensar que se identifican a través de su propia humanidad con la humanidad del otro. No es posible dar lo que no se tiene: en la vida, la pérdida más que la excepción es la regla.