Vivimos en una época donde detenerse es un lujo. Entre notificaciones, tareas laborales, mensajes pendientes, listas de compras y obligaciones familiares, muchas personas transitan el día como si compitieran en una carrera sin línea de meta.
Y en esa velocidad, algo se pierde: la conexión con uno mismo, con los otros y con el sentido de lo que se hace.
Esta forma de vivir, marcada por el multitasking y la sobrecarga mental, no es sólo un estilo de vida, es una fuente constante de agotamiento emocional.
¿Qué consecuencias tiene vivir así y cómo podemos comenzar a construir una relación más saludable con nuestro tiempo y nuestras exigencias?
Multitasking: ¿una habilidad útil o una trampa?
Durante mucho tiempo, la capacidad de hacer varias cosas a la vez fue vista como un signo de eficiencia y adaptabilidad. En un mundo laboral exigente y competitivo, responder correos mientras se escucha una reunión, cocinar mientras se revisan mensajes o trabajar con múltiples pantallas abiertas parecen acciones “normales” del día a día. Sin embargo, la neurociencia ha demostrado que el cerebro humano no está diseñado para enfocarse en múltiples tareas complejas al mismo tiempo.
Cuando intentamos dividir nuestra atención constantemente, no sólo baja la calidad de lo que hacemos, sino que aumenta la sensación de agotamiento y estrés. A largo plazo, el multitasking sostenido contribuye a una menor productividad real, mayor dispersión mental y mayor dificultad para conectarse emocionalmente con lo que se vive.
La carga mental invisible
Más allá de las tareas que realizamos, existe una dimensión menos evidente, pero igual de pesada: la carga mental. Es ese listado interminable de “cosas por hacer” que nunca se apagan, incluso cuando el cuerpo descansa. Esta carga suele pesar especialmente sobre quienes sostienen múltiples roles: personas que trabajan, cuidan, organizan, planifican, resuelven.
La carga mental genera una sensación persistente de deuda con el tiempo. Se manifiesta en olvidos frecuentes, en irritabilidad, insomnio, o en esa idea constante de “no estoy haciendo lo suficiente”. Muchas veces, este peso se naturaliza, se calla o incluso nos culpamos a nosotros mismos por no poder con todo.
Multitasking: El impacto emocional de vivir acelerados
La vida en modo multitarea nos desconecta no solo del momento presente, sino también de nuestras emociones. Al estar siempre en función de lo próximo que hay que hacer, dejamos de registrar cómo nos sentimos, qué necesitamos o qué nos está afectando. Esta desconexión puede derivar en estados de ansiedad crónica, irritabilidad o una sensación de vacío difícil de explicar.
En muchas consultas psicológicas actuales aparece una vivencia recurrente: “Estoy cansado, pero no sé de qué”, “todo el tiempo hago cosas, pero siento que no avanzo”, o “no me siento bien, pero no puedo parar”. Son señales de que la aceleración constante ha comenzado a pasar factura.
Buscar otro ritmo: el autocuidado como resistencia
Frente a esta lógica que nos empuja a hacer más en menos tiempo, desacelerar puede ser una forma de resistencia. No se trata necesariamente de hacer menos, sino de habitar con más conciencia lo que hacemos. Priorizar el descanso, establecer límites con las demandas externas, dedicar tiempo al disfrute sin culpa, pueden parecer gestos pequeños pero son profundamente transformadores.
Algunas prácticas que pueden ayudar:
- Detenerse a respirar conscientemente unos minutos al día.
- Agendar descansos reales en la jornada laboral.
- Reducir el uso de pantallas en momentos personales.
- Aceptar no estar disponibles todo el tiempo.
- Escuchar al cuerpo cuando pide parar.
El autocuidado no es egoísmo ni debilidad: es una necesidad legítima en un mundo que muchas veces exige por encima de lo humano.
Cierre: vivir más lento, vivir más conectado
En una sociedad que valora la velocidad y la productividad, animarse a bajar el ritmo puede parecer contracultural. Pero es en esa pausa donde podemos reconectar con lo que sentimos, con lo que queremos y con quienes somos.
¿Qué pasaría si dejaras de correr un momento y empezaras a elegir tu ritmo?
La psicoterapia puede ofrecer un espacio para explorar esta pregunta y construir nuevas formas de habitar el tiempo y la vida cotidiana. Un espacio para volver a uno mismo sin prisa, pero con presencia.