Cuando se habla de depresión hay tendencia a equipararla con la tristeza, pero se trata de dos cosas distintas. La tristeza es una emoción cuya expresión es esperada y suele estar asociada a algún acontecimiento: despedida, pérdida, equivocación, etc.
Tiene la utilidad de promover en la persona la validación o reconocimiento del efecto que la situación tiene sobre sí misma, lo cual llevaría a un recorrido de elaboración mental de lo ocurrido y la reflexión. También cuenta con una función social de despertar el interés en los otros para brindarnos acompañamiento, activando así redes de contención.
La depresión, en cambio, es una enfermedad que, cuando incluye tristeza, ésta es profunda y persistente, la cual lejos de resultar de utilidad para la elaboración conlleva más bien a sostener un sufrimiento como girando en círculos sin salida.
Entre los signos y síntomas más comunes estarían los que se enumeran a continuación, pudiendo obstaculizar o impedir realizar actividades diarias:
- Un estado de ánimo persistente, que puede ser de tristeza, irritabilidad o enojo, sensación subjetiva de vacío o de ver “todo negro” con marcado pesimismo.
- Cambios en el comportamiento, como retirarse de actividades, perder el interés en ocupaciones que antes eran fuente de motivación, disminución de la energía y fuerza de voluntad.
- Problemas de sueño y apetito, por aumento o disminución, incluyendo la frecuencia y calidad.
- Pensamientos y sentimientos de culpa, inutilidad, desesperanza o muerte.
- Síntomas corporales como dolores crónicos, cuya aparición o gravedad no se explican por una causa física.
Si bien estos indicadores contribuyen al diagnóstico, la valoración debe ser realizada por un profesional, dado que hay otros diagnósticos posibles que pueden parecerse a la depresión. Para ello es importante un criterio clínico.
Pero el papel del familiar o el allegado es muy importante para detectar que algo ha cambiado y no anda bien en la persona, dado que a veces ésta no es capaz de notarlo por obvio que parezca desde afuera, especialmente si no hay tristeza. Más allá de que haya o no depresión, se le puede invitar a acudir con un profesional.
¿Cómo acompañar?
- Mostrando interés genuino por lo que siente y piensa, sin juzgar, incluso cuando su interpretación de situaciones se vea distorsionada. Respetar su punto de vista sin contradecir ni reforzar la idea.
- Hacerle saber que se está ahí para ayudarlo y respetar su posición a recibirla o no.
- Se le puede apoyar en la búsqueda de un psicólogo o psiquiatra. Ambos profesionales cuentan con las herramientas para brindar la atención requerida y muchas veces suelen trabajar en conjunto.
- Intentar animarle a que sostenga o retome actividades que le estimulen positivamente si está en sus posibilidades, incluso reduciendo el tiempo o esfuerzo invertido en ellas.
- Evitar la sobreprotección.
- Cuidar la propia salud, ya que brindar acompañamiento a quien está posiblemente deprimido puede ser un gran desafío emocional. Se puede buscar apoyo en la propia de red de allegados o con profesionales de la salud mental.