El trauma y su relevancia en el tratamiento
El ser humano está equipado con instintos, pero éstos no le bastan como a los animales para desenvolverse. Hay otro elemento en juego que se lleva el protagonismo y nos distingue: “El hombre habita el lenguaje” incluso desde antes de nacer. Por ejemplo, a todos nos asignan un nombre propio y se refieren a nosotros con él. También hay nombres para las cosas: casa, contento, familia, enfermedad, etc.
Según dos autores de bioética, inspirados en Max Scheler (filósofo alemán) “…mientras que los animales tienen medio, el ser humano vive en un mundo de sentido…”. Entonces, nuestro medio no es del todo natural, no sólo porque hay edificaciones y artefactos construídos, sino por el lenguaje. No es posible acceder directamente a la realidad, pero sí interpretar lo que nos pasa: “Siento un nudo en la garganta. Estoy muy enojado”.
Entonces la realidad no se puede atrapar o capturar: Se construye. De este modo, el sujeto es capaz de contarse su propia historia y asumir “ésta es mi vida” o “éste soy yo” y creer en ello. Esto, en principio, organiza y da tranquilidad para vivir gracias a que hay un sentido, sin embargo, no siempre es así.
¿Qué lleva a alguien a solicitar una consulta psicológica?
Un malestar, entendiendo por esto una incomodidad subjetiva, incompatible y contradictoria, que impide o dificulta aquella tranquilidad de vivir antes mencionada. Es algo que puede irrumpir con la contingencia, pero no es excluyente. Ha podido estar desde siempre, haberse acentuado o alcanzado un límite de tolerancia. Lo fundamental es que algo de aquel “mundo de sentido” falla para la persona, ya no basta o más bien: “¡Basta ya!”.
Podríamos pensar en una señal de alarma, más formalmente llamada angustia. No es lo mismo que ansiedad. La angustia no se puede ignorar mientras que una persona puede vivir ansiosa todos los días y no tener reparo de ella. Ejemplo: alguien que se come las uñas mientras estudia. “La angustia es lo que no engaña”.
¿Qué se suele buscar al iniciar un tratamiento con un psicólogo?
Sanar ese malestar angustiante o por lo menos que deje de ser molesto. Esto es lógico si se asume que hay un modo dominante de concebir la salud y tiene que ver con algo así: “Me rompí la pierna y me duele. Voy al médico para que me la cure”. Con lo mental suele pasar lo mismo al comienzo y se acude a la consulta con intención de localizar el origen para tratarlo. Esto es lógico pensado desde la etimología de la palabra trauma, que según la RAE proviene del griego τραῦμα traûma: ‘herida’.
Hay quienes llegan con una historia trágica o han tenido alguna experiencia catastrófica, pero también hay otros que se sorprenden al no poder ubicar de dónde podría venir su sufrimiento actual.
¿Entonces qué es lo traumático?
Una experiencia vivida como catastrófica sin duda lo puede ser. Pero lo traumático no se limita a eso. Está en la vida misma, especialmente en el intercambio con el otro.
El hombre construyó un lenguaje para comunicarse y con éste surgieron códigos de convivencia: lo aceptable, lo repudiable, lo esperable para vivir en sociedad. Ahí está el sentido que da orden, pero también hay ahí infinidad de elementos que pueden ser traumáticos: “Tú todo lo puedes”, “Soy el adicto en mi familia”, “Me tragué sus mentiras”, etc. A veces basta con una palabra, una frase, un golpe no recibido, algo dicho o escuchado, una acción contenida y más. Con frecuencia está relacionado con algo en apariencia insignificante o poco trascendental. Algo traumático para una persona puede no serlo para otra.
Es importante construir lo traumático en el tratamiento…
Parece paradójico, pero no si se plantea de la siguiente manera: Médicamente, una herida está localizada en alguna parte del cuerpo. Como en lo mental no es tan fácil de ver, lo traumático se puede ir localizando a la par que se construye, al volver a esa historia que cada quien se cuenta de su vida, pero desde otras perspectivas.
A través de este proceso, que es como tejer y destejer, es posible hallar nuevas formas de hacerse con aquel malestar y vivir en una nueva tranquilidad, donde la persona toma parte activa y responsable de su subjetividad. Desde este abordaje, lo traumático adquiere valor orientativo.
Es necesario que este trabajo subjetivo se haga con el apoyo de un vínculo con un psicólogo capacitado para acompañar en este proceso.