Un padre o madre que acude al psicólogo consultando por su hijo o hija, siempre lo hace por amor hacia su hijo, buscando la mejor ayuda profesional posible.
En algunas ocasiones la angustia de los papás y mamás es desbordante porque han intentado muchas cosas antes de acudir a un psicólogo y ya no saben qué más probar. En otras ocasiones hay susto, miedo, vergüenza o culpa por no haberse percatado que algo estaba sucediendo en relación a su hijo.
Escuchar las dificultades de un hijo puede ser muy complicado.
En ocasiones estos problemas son visibles y molestos, como la enuresis y la encopresis. Las noches son otras jornadas laborales no visibles para los demás.
Algunos padres y madres son avisados y sorprendidos por los maestros o los servicios de orientación de los colegios por diferentes problemas escolares, como el pegar en clase, o no respetar a las figuras de autoridad como los maestros. A veces esto llega en forma de invitación o recomendación para que trabajen el manejo de rabietas, sobre todo si el niño tiene 4 o 6 años.
En muchos de estos casos, comprobamos que los padres también sufren en casa con sus hijos por motivos muy similares. Quizás tu hijo ha intentado levantarte la mano o te ha respondido de con insultos o malas maneras.
¿Qué es eso de malas maneras? Cualquier respuesta que hayas sentido como una falta de respeto. En estos casos estamos hablando de hijos que tienen dificultad con el respeto por la autoridad, que la frustración les desborda y entran en conflicto directo o indirecto con las figuras que lo representan, con una agresión en los casos más llamativos, con una mala contestación, con una mirada soberbia, etc.
En estos casos el gran problema subyacente es la falta de límites. Es importante distinguir entre límites y normas. Si bien todos los límites son normas, no todas las normas son límites.
Dos acepciones de la RAE de la palabra límite son:
- “Línea real o imaginaria que separa dos terrenos, dos países, dos territorios”.
- “Extremo que pueden alcanzar lo físico y lo anímico”
Las normas pueden flexibilizarse o variar en relación al exterior. Por ejemplo, no es lo mismo la hora de acostarse para un niño en período escolar o en verano durante las vacaciones, se puede flexibilizar.
Los límites son la frontera, punto innegociable. Aquel punto a partir del cual no hay más allá, no se puede traspasar y si se hace, es siempre vivido como una agresión. Los límites, como toda frontera son lugares de conflicto, donde hay y habrá tensión y con un hijo eso es frecuente que esté en juego.
Cuando sientes que tu hijo te falta al respeto, que te agrede, lo que estás sintiendo es que han violentado tu frontera, frontera de la cual tú eres él o la adulta responsable de sostener. La figura de autoridad ha depuesto su mando. Estás condicionado a la aprobación de tu hijo.
Hacer saber y respetar tus límites como persona y como padres es sano para vosotros como padres, pero también para ellos, pues en realidad, como niños, les va grande hacerse cargo de tal frontera. Por eso son los adultos los responsables de sostener y hacer respetar los límites. Cuando un niño o adolescente consigue llamar la atención, por ejemplo pegando a un profesor o faltando al respeto a sus padres, no respetando los límites, por muy llamativo que pueda parecer, en realidad estamos ante un niño desbordado, un menor encargándose de algo para lo cual no está preparado, aunque jamás vaya a reconocerlo. Ese niño o adolescente está sufriendo.
Si nos paramos a escuchar con finura la vida de ese niño o adolescente, es probable que nos percatemos que esto mismo le sucede con sus relaciones personales, con sus amistades o parejas.
Hay situaciones y temáticas que nos ponen a prueba, pues en nuestra experiencia vital uno no se enfrentó a cuestiones ahora planteadas por nuestros hijos. Quizás la sexualidad, dudas sobre su identidad sexual, etc. Quizás para ti la forma de abordar los problemas siempre ha sido de una manera, que ahora se descubre insuficiente para ayudarlo o para sentirte bien contigo mismo como padre o madre.
Cualquiera de estos problemas puede suceder en cualquier familia, pero si además tu familia está atravesando alguna circunstancia particular que ponga a prueba la fuerza de vuestros vínculos, la probabilidad de que cualquier miembro de la familia sufra o se sienta descolocado y perdido aumenta considerablemente.
Estoy pensando en familias que atraviesan un proceso migratorio, un duelo por el fallecimiento de un ser querido o de una relación perdida, como en el caso de los hijos que viven un proceso de divorcio conflictivo de sus padres.